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Es viernes y les toca preparar la comida a Andre y Anthony. Este último, procedente de Inglaterra, corta con mimo tomates y pimientos. «¡Mirad, esto lo hemos cogido de aquí fuera!». El británico, con una mezcla de entusiasmo y orgullo, se refiere al romero. Las ramitas proceden del infinito campo que se observa a través de la ventana de la cocina. Sobre el banco de la cocina, está en marcha el reproductor de música de un teléfono móvil. Suena 'Every Breath you take' de Police. Alrededor, el Paraje Natural Municipal del río Molinell, en la localidad castellonense de Culla. La desplobación de esta localidad, amenazada por la falta de relevo generacional agrícola y ganadero, contrasta con la extraordinaria proyección que se respira en las cuatro plantas de este edificio alejado del núcleo. Se acercan las 13:30 horas y once compañeros esperan ansiosos el menú que han preparado Andre y Anthony: lentejas y ensalada. Cada día le corresponde guisar a una pareja de huéspedes. Sí, hay habitaciones independientes con baño privado. Pero sus ocupantes no son vecinos de un alojamiento al uso. Son convivientes de un coliving rural e inspirador. Una especie de refugio o retiro espiritual. Allí, se funden en una comunidad nómadas digitales de cualquier parte del mundo que, dentro de sus viajes vitales y laborales, han hecho una parada de semanas o meses en este enclave del Alto Maestrazgo. Mientras dedican horas al teletrabajo en una amplia sala conjunta, se sumergen en una naturaleza y una «familia» que no olvidarán. Luego, vuelven a hacer las maletas en busca de otro destino, porque sus aventuras continúan.
«Make it rural, make it real» («Hazlo rural, hazlo real»). Este mensaje en inglés corona la puerta que separa el recibidor del comedor. Antes de acceder, dos burros han rebuznado al notar la presencia de personas. Saludan. Estos dos simpáticos animales, llamados Pepe y Estrella, son las mascotas del coliving bautizado como Ruralco. Los pájaros hacen música. Ha salido un día perfecto. Alguna nube. Pero la temperatura acompaña para que los 13 vecinos coman juntos en la terraza. Ríen. Se conocen. Descubren. Sienten. Experimentan. Se sorprenden. Conectan. Desconectan. Por todo eso han decidido ser nómadas digitales y, girando el globo terráqueo, poner el dedo índice en Culla. Durante su estancia en tierras castellonenses, les arropan Óscar Traver, propietario del negocio, y su pareja Nara McCray, una mujer que en su día fue una huésped procedente de Alaska. Ella se ha asentado y espera un bebé.
Un invernadero y un huerto incipiente envuelven una aislada finca que es una torre de babel. En estos momentos, los huéspedes representan siete nacionalidades diferentes. Lógicamente, el inglés es la salvación. «Ellos viajan mucho. Y yo viajo desde casa al compartir con gente de todo el mundo», reflexiona Óscar, quien acondicionó el edificio para emprender este proyecto hace cuatro años. Posee una concesión del Ayuntamiento, ya que la finca es de propiedad municipal: «Era mi sueño. Lo que más me gusta es despertarme en este entorno. Y todos los días como con gente diferente. Esto te retroalimenta. La gente viene con una mentalidad muy abierta. Viajan mucho y a veces nos dicen que notan la falta de arraigo, el sentido de comunidad... Notan algo vacío».
Precisamente, hallan esa calidez a la orilla del río Molinell. «Algunos incluso han encontrado pareja por la zona», desvela Óscar. Por Ruralco han pasado talentosos teletrabajadores procedentes de Nueva Zelanda, la Guayana Francesa, China, India, Pakistán… De media, se instalan durante un mes, aunque en ocasiones prolongan su estancia dos o tres meses. El récord, ocho. «Aquí la gente repite. Se hacen amigos. Hay gente que queda para hacer otros viajes. Es como una pequeña familia», añade el anfitrión.
Según datos del Observatorio Permanente de la Inmigración (OPI), dependiente del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, en el año 2023 se concedieron 4.712 permisos de estancia en España para teletrabajadores internacionales. De todos ellos, una quinta parte fueron a parar a la Comunitat Valenciana (1.051), que se alza como la segunda región en el ranking, sólo por detrás de Cataluña.
En Culla, Óscar afirma que los clientes suelen tener «entre 22 y 55 años» y se dedican a oficios como «marketing, programación, creación de contenido, seguridad bancaria, literatura…». También acuden personas que están preparando una tesis doctoral u oposiciones. La mensualidad cuesta 500 euros. Aparte, cada uno paga diez euros diarios en concepto de comida: «La gente viene a teletrabajar, no de vacaciones. Es turismo pero más lento, más tranquilo, más tradicional. Es una experiencia. No es tan comercial». Además de la oficina principal, hay dos despachos enfocados a reuniones telemáticas.
Tomate, lechuga, calabacín, pepino, cebolla, apio, maíz, berenjena, pimiento, calabaza, sandía, melón… Durante el último año, también han plantado árboles frutales. Diversidad de cultivos en un coliving que aspira a la sostenibilidad. Óscar, quien durante toda su vida ha pasado los fines de semana en Culla visitando a sus abuelos, conoce perfectamente la tierra. Siempre ha tenido huerto: «La gente está muy concienciada con la permacultura y le gusta mucho practicar. Le dedico todos los días un ratito».
Senderismo, pádel, visitar alguna fiesta popular los fines de semana, rafting en Montanejos, la tirolina de Fuentespalda, yoga, juegos de mesa, salidas en bicicleta, juegos tradicionales como las birlas o la petanca, caminar con los burros, bádminton, talleres de escritura o macramé, bañarse en las playas de Torreblanca o Torrenostra, ir a la piscina de Culla o de la Torre d'En Besora… Tampoco falta material de gimnasio para hacer ejercicio al aire libre. De la mano de Óscar, los convivientes practican numerosas actividades. «En una casa de arriba hay un antiguo molino de leña y a veces subimos ahí a hacer pizza», comenta. También hay afición a las tartas. Y algunos se destapan tocando una guitarra que aguarda apoyada en una pared.
En invierno, para combatir el frío, funciona una hidroestufa a base de leña que reparte el calor por las 14 habitaciones. «La cocina es el motor del Ruralco», afirma Óscar. Cada domingo, se organizan los grupos de la siguiente semana para guisar. Los turnos quedan apuntados en una pizarra. Y en una estantería, clasificados por días, van depositando los ingredientes necesarios para cada plato.
Óscar carga en el supermercado cada lunes y cada miércoles. A través de la cocina, los huéspedes enseñan sus orígenes: «Mezclan platos típicos de cada país adaptándolos a la disponibilidad de productos».
Paseando por el entorno, se puede realizar una fascinante e histórica ruta por seis molinos. De camino a uno de ellos, Molí Toni, del siglo XIV y con escudos medievales en las paredes, se atraviesa la antigua senda de piedras por la que los mulos transportaban el grano y la harina. En el hogar de esta construcción, restaurada recientemente, nació y tuvo a sus tres hijos Palmira. Actualmente, reside en una casa situada unos metros más abajo junto a su marido, Ismael. Tienen 78 y 84 años, respectivamente. Rebosan paz y felicidad.
El término municipal de Culla es especialmente extenso. Y fuera del núcleo, hay casas diseminadas y alejadísimas las unas de las otras. Junto a la puerta de la entrada, Palmira está sentada en una silla de plástico. Sale del interior de la casa Ismael, quien se duele de una rodilla. Pero ambos lucen un aspecto saludable: «Nunca hemos estado malos». Consideran que la vida «ha avanzado mucho» y celebran el movimiento que proporciona el coliving a la zona. «Nos gusta, porque así tenemos más compañía», dice ella.
Resulta llamativo el contraste entre su modo de vida y el de los nómadas digitales. Mentalidades dispares. «Nosotros lo más lejos que hemos ido ha sido Zaragoza. Llevamos toda la vida aquí. Trabajando, comiendo y disfrutando de lo que había entonces. Aquí trabajábamos con la tierra y con animales. Con esos vivíamos», explica Ismael, quien lamenta la despoblación: «La juventud se fue toda. El campo no lo quería nadie». Mientras habla, pasa la rusa Uliana practicando running.
En varias ocasiones, Palmira e Ismael departen con los huéspedes de Ruralco. Tienen dos hijas y un hijo que les visitan cada fin de semana. Debido al relativo aislamiento, cada martes, una furgoneta del supermercado de Culla recorre las desperdigadas masías del término para entregar los pedidos realizados por teléfono o vender in situ los productos que transporta. El panadero acude los viernes.
A la hora de comer en Culla, es de visita obligada el restaurante La Carrasca, muy próximo a un árbol declarado como monumental. En la barra, está tomando un café el alcalde del municipio, Heredio Bellés.
El primer edil aplaude la iniciativa de Óscar: «El beneficio está clarísimo. Siempre hay gente que viene así y conoce Culla. Luego hay gente que vuelve. Viene a bares, restaurantes y tiendas. Todo suma». Según los datos del INE de 2024, Culla cuenta con 493 habitantes: «La forma de vida de aquí siempre ha sido agrícola y ganadera. Y ahora el turismo. Pero aquí no hay nada más. Se rehabilitó el Parc Miner y en 2020 entramos en la asociación de los pueblos más bonitos de España. Es un reclamo».
La despoblación resulta evidente: «Preocupa y preocupará. Aquí ha habido 2.700 habitantes. Ahora hay 500. Y si quitas toda la gente de 75 años hacia arriba, podemos pasar a 250. Está complicado. La solución es muy mala. De mi generación sólo quedamos tres aquí. Se marcharon todos. No hay relevo generacional. De la agricultura y la ganadería no va a quedar prácticamente nada».
Heredio Bellés
Alcalde de Culla
Por eso hay proyectos que buscan otro prisma. Como el del artista Mariano Poyatos, quien reside junto a su esposa en una de las espectaculares masías de la localidad. La parte original de la casa data de 1917. Y donde se situaba el pajar, el propietario decidió construir dos plantas en 2008. Así nació Espai Nivi. «No es una galería al uso. Ofrecemos arte y naturaleza», explica.
Espai Nivi alberga una exposición de arte cada dos meses. La última, una de Teresa Cháfer comisariada por Irene Ballester. La obra pasó por el MuVIM y muestra «ese sentimiento poético de ser el nido a ser el llanto». Unifica objetos relacionados con las tragedias del Covid y la dana. «Transmite ese elemento de que estábamos agrediendo a la naturaleza de tal manera que se queja mediante ese llanto potente que ha sido la dana», comenta Mariano, quien mantiene una estrecha relación con Óscar: «Cuando hacemos las exposiciones siempre financiamos la estancia. Y normalmente la hacemos con Ruralco. Veíamos que había una posibilidad para personas inquietas a las que el movimiento les permite estar continuamente creando, conociendo, viendo y aprendiendo». La masía de Mariano, al mismo tiempo, se alza como una de las alternativas de ocio para los alojados en el coliving, quienes acuden a su horno para realizar manualidades con el barro. En Culla, la velocidad del teletrabajo encuentra un pausa natural.
Anthony Higgin Inglaterra, 41 años, profesor de inglés
Culla representó un punto de inflexión en la filosofía de vida de Anthony Higgin. Este inglés lleva casi 14 años en España. Tras pasar una década en Barcelona, llegó a Andalucía, donde su alquiler fue interrumpido por el arrendador durante el pasado verano. «Entonces tenía dos meses libres. Hice una ruta por Europa en mi coche. A la vuelta, me quedaba el mes de agosto. Vivo solo y soy autónomo. Soy profesor de inglés y trabajo en casa. Doy clase por internet a españoles. Pasaba mucho tiempo solo y a veces es un poco duro. Vi en esto una oportunidad ideal para probar a vivir en este tipo de comunidad con gente que también trabaja por internet», explica.
Anthony descubrió el coliving castellonense buceando por Google. «Vine y me encantó tener gente alrededor, una comunidad, poder cocinar juntos, compartir... Como una familia. Me inspiró mucho la gente que conocí. Mi idea era volver solo a mi piso en Andalucía, pero había gente que tenía planes como ir a Tailandia para seguir viviendo de este modo. Y pensé: '¿Y yo por qué vuelvo a mi piso solo?'. Decidí irme a Tailandia también. Me fui en octubre con mi portátil y empecé a ser nómada digital. Estuve dos meses en Tailandia, dos semanas en Sri Lanka y cuatro meses en la India. Y ahora he vuelto aquí. Estoy en un momento de transición en mi vida», cuenta.
En esta segunda visita, Anthony permanecerá un mes: «En este momento estoy feliz y bien aquí. Lo estoy disfrutando y voy a seguir. Si algún día me canso de este estilo de vida, cambiaré. Mi plan es ir a Inglaterra en junio para ver a familia y amigos durante un mes o dos. Quizás vuelvo aquí un mes y después quiero regresar a Asia en otoño hasta primavera. Más adelante no lo sé. Este estilo de vida me empuja a vivir en el presente».
El Paraje Natural Municipal del río Molinell le ha cautivado: «La naturaleza me encanta. En la India, hay mucho ruido y caos. Tenía la sensación de que necesitaba este medioambiente para respirar aire puro y estar tranquilo y en silencio. Aquí escuchas los pájaros». Anthony también disfruta del running, el senderismo y el yoga, que a veces practica junto a otros huéspedes: «Es gente que me inspira mucho, que me da ideas sobre cómo vivir. Es gente muy interesante de todo el mundo en un sitio así, tan pequeño y rural».
Karen Peña México, 26 años, marketing
Karen Peña forma parte del voluntariado ofrecido por el coliving. «Trabajamos cuatro horas al día de lunes a viernes, colaborando en las tareas de limpieza, cocina, jardín, redes sociales, y algún que otro proyecto. Y, a cambio de eso, nos dan alojamiento gratis. Voy a pasar aquí un mes y medio», explica esta joven mexicana. Un rol que había desempeñado previamente en su país natal, en Italia y en Reino Unido: «Lo compatibilizo con el teletrabajo. Por la mañana hago el voluntariado y por la tarde teletrabajo».
Trabaja en una empresa de marketing que tiene sede en Estados Unidos: «Soy nómada digital cien por cien. Pero estoy pensando en asentarme ahora que el tema de las visas de nómada digital en España te lo facilitan mucho». Su paso por Culla es un paréntesis dentro de su etapa en Valencia.
«Estoy viviendo en Valencia. Mi idea es asentarme un tiempo y luego ir viajando», cuenta. ¿Y qué le ha llevado a salir de la capital del Turia temporalmente? «Quería cambiar un poco la velocidad de las cosas. Vivo en Valencia ciudad. Es muy diferente el ambiente. Aquí, por más que trabaje, haga ejercicio y cocine, siempre hay tiempo libre. Entonces puedes dedicar tiempo a todos los proyectos creativos que puedas tener».
Karen, de vez en cuando, se detiene para charlar con los residentes de las casas más próximas al coliving: «Cuando hablas con alguien que lleva aquí toda su vida y conoce la tierra, es muy diferente». Este viernes por la mañana, ha realizado una caminata junto a una compañera: «También salimos a correr. Tenemos una ruta, vamos hasta unos robles y alrededor hay un pequeño círculo de piedras. Paramos ahí, meditamos un poco y volvemos». Valora la montaña y el silencio. Y disfruta practicando yoga junto a Anthony: «El aspecto de comunidad es muy lindo, todos estamos en esa misma onda. Todos teletrabajamos y entendemos ese estilo de vida, que es no es tan usual en otros contextos». Piensa en volver: «Pasaré el verano en Valencia. Pero este es un buen lugar para venir dos semanas una o dos veces al año. Este reset creativo es buenísimo. Se siente como un retiro».
Andre Fastrup Dinamarca, 34 años, informático
Teletrabaja desde hace más de tres años y, desde entonces, sólo pasa en su Copenhague natal los veranos. El resto de tiempo, viaja. Andre Fastrup es informático, desarrollador de software. Forma su propia empresa. Y es la tercera vez que ocupa una de las habitaciones de Ruralco.
«Normalmente estoy aquí siete semanas. Es un sitio bueno para trabajar y sencillo. Tengo mucho tiempo a pesar de trabajar mucho», destaca este danés de 34 años que ha recorrido «todos los países de Europa y Marruecos». Pero Culla se ha ganado un sitio en su corazón: «Este sitio es mi casa cuando estoy fuera de casa. Es difícil comparar con otros lugares. La atmósfera y la configuración de este sitio hacen que sea muy familiar. El hecho de comer juntos hace que, aunque no conozcas a la gente, te sientas de alguna manera cercano a ellos». Andre se considera una persona sencilla: «Mi trabajo es mi hobby, me gusta mucho. Y también me gusta mucho correr. Pero aprecio cualquier actividad con gente».
Nara McCray Alaska, 34 años, científica de datos geoespaciales
Es una de las damnificadas por los despidos multitudinarios llevados a cabo en Estados Unidos por Donald Trump y Elon Musk. Nara McCray, de Alaska, es científica de datos geoespaciales, cartógrafa y especialista en teledetección con experiencia internacional en respuesta humanitaria y desarrollo. Una profesión que le ha conducido a vivir en entornos como Líbano, Nigeria, Ucrania, Etiopía, Jordania o la República Centroafricana.
En octubre de 2023, en el marco de la guerra en Gaza, se recrudeció el conflicto entre Israel y Líbano. Al complicarse la situación, buscó por internet un destino de garantías donde poder vivir sin miedo. Y en la inmensidad del mundo, se iluminó Culla. Nunca había estado en España.
«Sentía que en cualquier momento me podía caer una bomba, era muy turbulento. Cuando vine aquí me encontré con esa seguridad y esa tranquilidad. Yo no quería ir, por ejemplo, a un apartamento turístico en Barcelona. Yo necesitaba un sentido de comunidad», explica Nara. Llegó con una visa de turista, por lo que tuvo que marcharse a los tres meses. Pero volvería.
Y es que, en Culla, había conocido a Óscar Traver. Surgió el amor. Se han casado y esperan un hijo. Una ilusión que ha sepultado el alarmante panorama de Estados Unidos: «Siento que todos los problemas que hay en mi país han perdido la dimensión que tenían. Ya no son tan importantes. Ahora estoy construyendo mi familia». En cualquier caso, no puede ocultar su decepción: «Trabajaba para el Gobierno Federal de los Estados Unidos. Hicieron una sección para que trabajara desde España. Era perfecto porque era un trabajo a tiempo parcial y podía ayudar a Óscar con el proyecto del coliving. Pero vinieron Trump y Elon Mask y decidieron despedir a todo el mundo».
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