El 18 de junio tres mil estudiantes acabarán el curso 2024-2025, el más triste, extraordinario y caótico de la historia reciente -con permiso ... del 2020-2021, marcado por la pandemia- despidiéndose de sus compañeros en centros ajenos, de acogida. Si todo va bien, volverán a sus escuelas devastadas por la dana el 8 de septiembre, tras sus merecidas vacaciones. Forman parte de los más de 48.000 estudiantes matriculados en colegios e institutos que sufrieron las riadas, aunque los primeros siguen a la espera de una solución a sus necesidades, con reparaciones o ubicaciones alternativas aún pendientes.
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En las últimas semanas varias comunidades educativas han salido a la calle para visibilizar su hartazgo. Y sus reivindicaciones son coincidentes: carecen de información oficial a la que atenerse, el perjuicio en la calidad educativa de sus niños (falta de espacios en centros receptores, servicios deficitarios o pérdidas de horas de clase) o que los trabajos de reconstrucción, o de instalación de barracones en el peor de los casos, se hayan demorado hasta consumir el curso entero.
Para todos, también para sus familias y profesores, habrán sido casi ocho meses de dolor, de pelear contra el barro, de cambios drásticos en sus rutinas o de semanas sin clase, con todo lo que supone desde el punto de vista académico y también anímico.
Plan International, oenegé especializada en ayuda humanitaria en infancia y juventud con experiencia en situaciones de emergencia, presentó a mediados de mes el estudio 'Adolescentes en crisis: impactos de la dana', elaborado a partir de encuestas, grupos de discusión y entrevistas colectivas con 274 jóvenes estudiantes de municipios afectados de l'Horta Sud.
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Entre las conclusiones, el 37% refirieron que su salud mental se había resentido «bastante o mucho», y casi la mitad dijo haber precisado de apoyo psicológico en algún momento. La práctica totalidad (97%) estaban escolarizados en centros con daños, y el 80% dijo que su escuela, una vez abierta, presentaba alguna carencia -un porcentaje que se puede relativizar, pues han avanzado las obras de reparación, aunque el ritmo no sea el deseado-.
También se abordaron medidas de urgencia como la atención a distancia mientras se tuvo que suspender la presencialidad (un 33% no tuvo clases online, y entre los que sí se beneficiaron más de la mitad sufrieron problemas para seguirlas), así como su percepción sobre el ambiente de la clase -un 19% detectó más nerviosismo y estados de ánimo de tensión o tristeza entre los compañeros- o en relación a su rendimiento. Sobre la cuestión, el 30% contestó que se ha visto «bastante o completamente afectado», y el 37% dijo tener dificultades de concentración.
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El trabajo también analiza aspectos que tienen ver con la afectación a la familia (la vivienda o el trabajo), a sus rutinas o a su seguridad. Por ejemplo, el 58% afirmó que sus relaciones sociales o sus actividades extraescolares quedaron trastocadas (bastante o mucho) y un 20% reconoció sentirse «muy vulnerable» ante la posibilidad de que se repita un episodio similar. También se analizó su percepción sobre los ámbitos que prestaron apoyo (muy elevado entre familiares y amistades y bajo en lo que se refiere a las instituciones), así como su implicación en labores de voluntariado, con un 63% de los encuestados participando activamente o de manera ocasional.
El estudio es valioso por varios motivos. Por un lado, permite trazar una radiografía socioemocional de la infancia y la juventud en la zona cero, incluyendo su capacidad de movilización solidaria. Y por el otro, propone una serie de soluciones para ayudar a su particular reconstrucción. Como mayores esfuerzos en materia de recursos sanitarios y sociales especializados o la adecuación prioritaria de sus espacios habituales de socialización (como pueden ser los polideportivos, una asignatura aún pendiente).
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También se plantea el fomento de alternativas de ocio y actividades comunitarias, vecinales y con las familias (una manera de estrechar lazos con el entorno, que continúa con cicatrices visibles), y, en el ámbito educativo, además de poner el foco en el apoyo psicosocial desde la escuela, se apuesta por «priorizar la vuelta a la presencialidad en el centro de referencia en caso de que todavía no hayan podido volver». Y en este punto queda trabajo por hacer.
Las riadas provocaron daños muy graves en ocho centros, que tendrán que reconstruirse o ser levantados desde cero por sufrir afección estructural. De estos, al menos siete tendrán que funcionar los próximos cursos en barracones, y los únicos que ya han podido ocupar su nuevo espacio provisional, al menos parcialmente, son los alumnos del Ceip L'Horta de Paiporta -Infantil volvió el viernes y Primaria lo hará el día 30- y los del Blasco Ibáñez de Alginet, con el montaje finalizado y el alumnado incorporándose de manera progresiva.
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Quedan pendientes los del Orba de Alfafar -se está realizando la obra civil previa al montaje, que se ha retrasado tras pedir el Ayuntamiento un cambio de parcela, según la Conselleria de Educación-; el Carme Miquel de Algemesí -también se planteó un cambio del terreno, y se prevé empezar a instalar los módulos en junio-; el IES Berenguer Dalmau de Catarroja -«en breve» estarán ubicados, aunque las familias dudan de que dé tiempo a hacer la mudanza antes del fin de curso-; el Lluís Vives y el Ausiàs March de Massanassa -se está actuando en la parcela definitiva, pues la ubicación la cambió el Consistorio hasta tres veces, según las mismas fuentes-; y el IES Alameda de Utiel, cuyas familias no saben cuál será su futuro el próximo ejercicio y cuestionan que se hayan ejecutado las catas que deben servir para diseñar el proyecto de reparación, aunque la administración defiende que sí se han realizado. Estas también se han manifestado recientemente, y las del Ceip Orba de Alfafar lo harán el próximo martes. Quieren certezas, agilidad y poder participar en el diseño de su nuevo, aunque provisional, espacio educativo.
No sólo la mayor parte del alumnado de los centros anteriores está (y acabará el curso) desplazado. También sucede con el Ceip Blasco Ibáñez de Beniparrell, cuya Ampa se ha movilizado en varias ocasiones -volverá a hacerlo el día 29- pidiendo agilidad y soluciones al déficit de transporte escolar. Desconocen qué afectación sufrieron las instalaciones para que hayan tenido que estar cerradas desde la dana -más allá del muro perimetral ya reparado- y para que se haya ido retrasando la fecha prevista de reapertura. El último plazo conocido, a través de una respuesta parlamentaria al PSPV, es que los trabajos terminarán el 9 de junio, pero quedará todavía la adecuación del interior, que lleva siete meses sin uso y ha sufrido vandalismo. Según Educación, las obras abarcan la planta baja y un patio, no hay problemas estructurales y se han realizado las catas para planificar las reparaciones, «muy localizadas».
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La riada también asoló las plantas bajas del colegio Vil·la Romana de Catarroja, que sólo se está utilizando en su primer piso (desde enero) para los alumnos de 4º a 6º de Primaria. En la actualidad siguen desplazados los de Infantil y 1º de Primaria (en el Bertomeu Llorens) y los de 2º, 3º y los del aula UECO para niños con necesidades especiales (en el Jaume I). También se han movilizado las familias para denunciar la lentitud de las reparaciones y las dificultades de organización y conciliación que supone estar repartidos en tres espacios distintos. Las obras acabarán a finales de julio, por lo que el amueblamiento (por parte del equipo docente) se tendrá que compatibilizar con el cierre del curso. Y cruzar los dedos para que la reunificación llegue en septiembre.
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También siguen desplazados los niños de la escuela infantil Rabisancho de Alfafar, los de Font de la Rosa de Aldaia (la fecha estimada para acabar es junio en ambos casos), y los del Platero y yo, de la última localidad. Se espera terminar en mayo, aunque no se utilizará hasta el nuevo curso. La relación se cierra con el alumnado de Bachillerato y ciclos del IES Albal y con los de FP del 25 d'Abril de Alfafar.
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Desde la conselleria insisten en que la previsión es que en septiembre «todos los alumnos hayan vuelto a sus municipios, bien en sus centros o en prefabricadas», y defienden que «la reconstrucción es un traje a medida, pues cada uno tiene unas características y se trabaja para dar una respuesta a todos ellos». «Se han destinado todos los recursos a nuestro alcance para poder trasladar en autobús a miles de alumnos, se han habilitado ayudas extraordinarias de comedor, se ha invertido en aulas prefabricadas y se ha dotado a los centros de profesorado extra», explican desde el departamento, que también alude a actuaciones como la dotación para material didáctico (más de dos millones) o al contrato de emergencia de 26,9 millones para las reparaciones en los centros, excluyendo los de mayores daños pues precisan de sus propios proyectos constructivos.
Los alumnos del Vil·la Romana de Catarroja están escolarizados en tres espacios distintos. «Tenemos familias con un hijo en cada ubicación, que tienen que estar a las nueve en los tres colegios y a las 16.30 también en los tres. Cualquiera se puede imaginar lo que supone en cuanto a conciliación», ejemplifica Silvia Ferriols, directora del centro y vecina del municipio. También perdió su casa, por lo que ha tenido que estar pendiente de dos reconstrucciones: la profesional y la particular.
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«Con esta organización tenemos maestros itinerantes, que pasan por los tres espacios, y también resulta casi imposible cuadrar las necesidades del aula UECO, situada en uno de los dos centros de acogida. Estos niños tienen derecho a sus inclusiones (su enseñanza personalizada) tanto en esta como en el grupo de referencia. Pero si su clase está en un sitio (por ejemplo en el Vil·la) no puede estar a la vez en el otro», dice. Esta división les ha impedido desarrollar sus proyectos (tenían uno de innovación), dificulta la coordinación del equipo directivo -cada uno está en una ubicación, colgados del teléfono- y carecen de medios básicos como internet en las aulas. «Tenemos la sensación de que no somos un colegio y de que seguimos adelante como si se tratara de un ejercicio de supervivencia, ocupando espacios de otros centros, adaptándonos a ellos e intentando molestar lo menos posible», lamenta.
Itziar, de 5 º de Primaria, tiene ganas de volver a su colegio, el Blasco Ibáñez de Beniparrell. Está acogida en el Ceip El Patí de Silla. «Todo era más tranquilo, menos complicado», resume la niña, que recibe sus clases en la sala de profesores. «El autobús casi siempre se retrasa y hasta que nos instalamos perdemos tiempo de clase», añade, en referencia a una de las batallas que durante meses ha librado la comunidad educativa.
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Disponen de un vehículo para Infantil y otro, de 50 plazas, para Primaria, cuando son más de 90 alumnos. La solución ha sido que este haga doble ruta, saliendo 15 minutos más tarde para llegar a las 9.30, «pero casi nunca se cumple el horario», dice Eli García, presidenta de la Ampa, que incide en el trastorno para las familias que tienen hijos con turnos diferentes. «Además, la solución de la conselleria ha sido que nuestros alumnos tengan horarios escolares distintos. No entran, salen o comen al mismo tiempo, un problema que también afecta a los docentes», lamenta. Diana, la madre de Itziar, se refiere a otra dificultad: la carencia de buses impide que los niños puedan beneficiarse de las extraescolares del centro de acogida. Y en lo emocional, Eli, que también perdió su vivienda, apunta que a su hijo Izan (cuatro años) le ha costado aceptar el traslado. «Todas las mañanas lloraba, decía que quería ir a su colegio chulo. Para él ha sido un cambio enorme», explica.
Emi Bermejo es vecina del barrio Orba de Alfafar, y sus tres hijos han pasado por el colegio del mismo nombre, actualmente vallado ante los graves daños estructurales que provocó la riada. Su vivienda también quedó devastada. Participará en la protesta del martes para mostrar su indignación, para que se escuchen las reivindicaciones de un barrio «que ha perdido mucho». «No sólo nos hemos quedados sin colegio, que era un entorno seguro, tampoco hay sitios donde los jóvenes puedan estudiar, ni parques», explica. También lo hará para apoyar a su comunidad educativa, la misma que la ayudó cuando lo perdió todo con la dana.
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Marco (6º de Primaria) es su hijo pequeño, el único que sigue en el Orba, aunque recibe sus clases en el Ceip La Fila, en las prefabricadas instalados para acoger a parte del alumnado desplazado. «Todo es más estresante. Me levanto antes (para llegar al autobús), vamos siempre con prisa, y los barracones son pequeños y agobian un poco. Y es más difícil seguir la clase: entra ruido de fuera y hay el eco», describe. Emi ha notado cambios en el niño tras todo lo vivido. «Más ansiedad, nervios y preocupación», describe. También en su hijo mediano, que va al IES de Benetússer, uno de los que más tardó en poder recuperar la presencialidad: «Estuvo casi dos meses sin poder acudir y se ha notado en su rendimiento».
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