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Más preparados, pero más pobres. La paradoja a la que se enfrentan los jóvenes valencianos es la misma que la que asume toda la generación de un país ... . Los que son el futuro de la Comunitat Valenciana apenas pueden vislumbrar su propio porvenir. Por lo pronto, hacen malabares para encajar una realidad: que los costes de la vida superan los ingresos.
Según los datos más recientes del INE, el salario medio bruto de los jóvenes entre 16 y 24 años se sitúa en 1.387 euros al mes, mientras que el de los trabajadores entre 25 y 34 años está en 2.011 euros. Al unir estos dos colectivos y sacar la media, la cifra es de 1.699 euros brutos, lo que deriva en un salario neto de 1.350 euros aproximadamente. Los gastos, por su parte, superan los 1.750 euros si se tienen en cuenta los 994 euros de alquiler promedio en la Comunitat, según el Observatorio del Alquiler, y los 757 euros destinados a alimentación, ropa, calzado, comunicaciones, transporte, formación, hostelería, salud y otros gastos, según el INE.
Es decir, el coste de la vida supera en un 29% los ingresos de la población entre 16 y 34 años, una cifra que, aunque sea estimativa, refleja la vulnerabilidad de una gran parte de este colectivo que, además, tiene que lidiar con una tasa de paro juvenil del 26,6%, según los datos de la EPA del primer trimestre de 2025. Este porcentaje de paro es más del doble del que sufre la población activa en general, situada en un 12,7%. Del total de los 2, 29 millones de valencianos ocupados, sólo 138.800 corresponden a personas de entre 16 y 25 años, según la EPA del último trimestre de 2024.
Además, la temporalidad se ceba con este colectivo. El Consell Valencià de la Joventut indica en su último informe –relativo a 2023– que la tasa de temporalidad en la Comunitat se situó en el 37,9%, después de una reducción del 25% en el número de personas jóvenes con un contrato temporal. En cuanto a los contratos indefinidos, estos suponían el 62,1%, tras una subida del casi 40% respecto al año 2022. A esto se suma la sobre cualificación, situada por este organismo en un 33,8% de las personas jóvenes con estudios superiores acabados. Asimismo, los jóvenes que estudian y trabajan representan casi el 40% de la población joven ocupada, lo que supuso un incremento del 16,5% respecto al año anterior, una cifra que podría haber aumentado en 2024, pero del que no hay aún datos recopilados.
«La economía crece, pero en sectores poco productivos y con salarios bajos», afirma la doctora Mabel Pisá Bó, profesora investigadora y responsable del área de emprendimiento en ESIC. A su juicio, el problema de fondo no es la falta de cualificación de los jóvenes, sino el desacople entre sus capacidades y las oportunidades que ofrece el mercado. «Están más formados que nosotros, pero acceden a puestos peores. Y no es que no quieran esforzarse: es que el sistema no les proporciona herramientas para construir un futuro digno». Pisá Bó subraya que las reformas laborales recientes han corregido ciertos excesos del pasado, pero no han abordado el origen del desequilibrio entre salarios y condiciones de vida. «No tenemos empleos de calidad para ofrecer a nuestros jóvenes. Y si no invertimos en sectores productivos, en formación o en I+D, eso no cambiará». Para ella, el relato tradicional de que cada generación vivirá mejor que la anterior ha entrado en pausa: «Se ha hecho un paréntesis pese a tener más avances que nunca».
Otro de los elementos que ha transformado la percepción de los jóvenes sobre su situación es la posibilidad de comparar el mercado laboral español con el de otros países. «Ahora conocen otras realidades donde hay jornadas laborales conciliadoras, incentivos o estabilidad. Antes no sabíamos que había alternativas, ahora sí. Y eso los hace más críticos», señala.
La vivienda es, para muchos, el primer muro con el que se estrellan al intentar emanciparse. María Matos, directora de estudios de Fotocasa, lo define con claridad: «Los menores de 35 años representan el colectivo que más interactúa con el mercado de la vivienda y, al mismo tiempo, son quienes más sufren su crisis». Según los estudios del portal inmobiliario, las tasas de emancipación de los jóvenes españoles no han dejado de caer, alejándose cada vez más de la media europea. «Cada vez más jóvenes retrasan su salida del hogar familiar, y la razón principal es clara: sus ingresos no son suficientes», apunta. En el último informe de Fotocasa elaborado junto a Infojobs revela que el precio de la vivienda para su compra ha crecido diez veces más de lo que lo han hecho los salarios en la Comunitat.
Matos explica que el 53% de los jóvenes reconoce haber pospuesto la adquisición de un piso por falta de recursos, un porcentaje que no ha parado de crecer en los últimos años. Esta decisión no sólo se debe al encarecimiento de la vivienda para la compra, sino que está determinado por la situación del alquiler, cuyos precios impiden a los jóvenes ahorrar para la entrada de una hipoteca. «Los precios no dejan de subir y ya absorben el 80% de sus ingresos. Eso pone en riesgo su estabilidad financiera, y por tanto, su bienestar», añade. La consecuencia directa es doble: jóvenes con rentas más bajas son directamente expulsados del mercado del alquiler, mientras que otros buscan compartir piso como estrategia de supervivencia.
«Lo que estamos viendo es un aumento de la demanda de habitaciones en pisos compartidos. Se trata de una medida económica para reducir la tasa de esfuerzo salarial. Pero hay un perfil muy definido detrás: mujeres de 34 años que comparten piso por obligación, no por elección. Y eso tiene impacto en cuestiones como la natalidad o la salud mental», advierte Matos.
Desde Aposta Jove, la sección juvenil de UGT en la Comunitat Valenciana, su portavoz Rocío Barbeito pone el foco en la precariedad laboral. «Sí, hay más empleos nuevos, más digitales, más oportunidades que nuestros padres no tuvieron. Pero los salarios no se acoplan a la vida que hay ahora», advierte. Según Barbeito, el problema no es tanto que los sueldos no suban, sino que lo hacen a un ritmo mucho más lento que el coste de la vida. «Ocho de cada diez jóvenes valencianos no pueden independizarse».
La sindicalista denuncia la temporalidad como otro freno para la estabilidad vital de los jóvenes. «Abundan los contratos ligados a campañas estacionales. Y además, cuando entras al mercado laboral te ofrecen lo peor, porque eres joven y creen que tienes que pasar por ahí», explica. Aun así, remarca que cada vez hay más conciencia generacional sobre el propio valor profesional. «Estamos más cualificados, y no aceptamos cualquier cosa. Pero la respuesta del mercado sigue siendo la precariedad».
El relato de quienes viven esta situación es compartido: la vida cuesta demasiado para lo que se cobra, y los trabajos permiten sobrevivir pero no avanzar. El resultado es una generación atrapada entre la sobre cualificación, la temporalidad y los precios disparados. Y, así, la brecha con las generaciones anteriores se ensancha. Las metas que antes se daban por asumidas —comprar una casa, formar una familia, tener estabilidad laboral— hoy son excepciones que pocos pueden permitirse antes de los 35 años. La idea de que el futuro será mejor ha perdido fuerza en un colectivo que ha sufrido de lleno los efectos de la pandemia y de la inflación derivada de la guerra en Ucrania.
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