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Nací en la plaza de Tetuán, enfrente mismo del Puente del Real, donde se coronó a la Virgen de los Desamparados...». Así empieza su historia ... Amparo Senent, una valenciana conocida principalmente por ser la mujer de Javier Gómez-Ferrer, el reconocido pediatra, descendiente del que se considera el padre de la pediatría en Valencia, Ramón Gómez Ferrer. Todavía recuerda Amparo aquellas jornadas de consulta que se alargaban incluso por las noches y el apoyo que le ha ofrecido siempre. Amparo Senent va recorriendo las estancias de la casa donde viven, ubicada en una de las nobles calles del Ensanche más señorial, y donde ya no hay rastro de aquella consulta por donde pasó media Valencia antes de cumplir los catorce años, retirado ya Javier. La vivienda ha sido decorada por la propia Amparo, que se dedica al interiorismo, pero también es madre y sobre todo abuela, y ejerce con pasión.
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-Se acerca el día de la Virgen, que para usted y su familia es uno de los más importantes del año. ¿Por qué?
-Mi abuela, que era madrileña, venía a Valencia porque mi abuelo era corredor de comercio. Al ver la devoción en la coronación de la Virgen decidió que a su primera hija, que fue mi madre, le pondría María de los Desamparados, como me llamo yo. Y ahí empezó una historia que nos ha unido a la patrona de Valencia.
-¿Y cuáles son esos primeros recuerdos que usted conserva de ese día?
-Todavía me acuerdo cuando mis padres me llevaban a la misa de infantes, una tradición que cuando nos casamos Javier y yo seguimos junto a nuestros hijos. Sólo he fallado cuando murió mi padre, porque lo pasaba muy mal recordando esa misa sin él allí, pero luego me hice fuerte y volvía retomarlo con mis niños pequeños. Ahora ya vamos con yernos, nueras y nietos, y a ellos les agradezco que hayan querido continuar con la tradición. Ver la plaza llena de gente, con el fresquito de la mañana, escuchar la música de los pequeños cantores... Por la tarde tengo el orgullo de procesionar junto a mi hijo y mi marido con la Real Orden de Caballeros de Santa María de El Puig. Y voy hablando con Ella todo el camino.
-¿Qué le pide a la Virgen?
-No soy muy de pedir. Sólo pido que estemos todos bien y todos unidos. Lo que sí hago es agradecer lo que me da cada día. Que ya que me da tanto, que sea capaz de recibirlo. Porque tengo una familia maravillosa y quiero merecérmela. Sólo le he pedido cuando alguien ha estado malo, como nos ha ocurrido con Juan, que estuvo con muy poquitos meses con leucemia. Lo puse en sus manos y nos ha ayudado tanto... Gracias a Dios está bien, con controles. Sufrimos muchísimo. En aquella época salía a la calle y me tenía que volver a casa a llorar porque me preguntaban sin parar. Y a mi nuera Carmen se le ocurrió que nos conectáramos todos cada día a rezar el rosario por él. Era un momento muy bonito porque podíamos verlo, ingresado en su burbuja...
-Si mira atrás, ¿está satisfecha con la vida que ha tenido?
-Yo estoy muy feliz porque las cosas menos buenas las olvido enseguida, les doy un carpetazo. Tuve una infancia maravillosa, y conocí a Javier muy jovencita, teníamos 15 y 16 años, y los dos estábamos enamoradísimos. No quitaría ni un solo día de nuestra vida, con las cosas buenas y también las malas, porque todo te hace crecer.
-Ha tenido una carrera profesional más desconocida que la de su marido...
-Yo estudié en el colegio de Marianistas, y luego me matriculé en la escuela de peritos industriales, una carrera en la que al principio fui la única chica. La mayoría de mis amigas iban a Filosofía, a Magisterio, a Psicología... Cuando terminé había como mucho tres o cuatro, pero yo tengo un recuerdo extraordinario y de hecho nunca tuve ningún problema, ni con profesores ni compañeros.
El padre de Amparo Senent fue corredor de comercio, y cuando inauguraron el Bolsín se casaron y se instalaron en Valencia. Sus abuelos tenían una platería de mucha fama detrás de la plaza de la Reina. «Mi abuelo era el que hacía unas joyas maravillosas que se exportaban a todo el mundo». Amparo heredó esa vena creativa.
-Durante mucho tiempo no ejerció la profesión...
-Al salir de la escuela estuve en tres o cuatro estudios de arquitectura, me gustaba mucho lo que hacía, pero lo podía compaginar muy mal con mi familia. Cuando nos casamos Javier y yo tuvimos a los tres niños muy juntos y me daba mucha pena dejarlos. El horario de los estudios de arquitectura era muy largo, mañana y tarde, nunca acababa a la hora y yo lo pasaba muy mal. Lo dejé en standby y me dediqué a los colegios de mis hijos, ella en Guadalaviar y ellos en el Vedat. De hecho, formé parte del grupo que empezó la jornada matemática con Isa Torres en Guadalaviar, y que todavía sigue, ya a nivel nacional. Y cuando vi que ya no me necesitaban tanto, junto a unas amigas comenzamos a hacer reformas.
-¿Se puede parar y luego reanudar?
-Claro que sí, no hay ningún problema, de hecho yo ya no volví a un estudio de arquitectura porque veía que era incompatible con mi familia. Ahora mismo estoy llevando varias obras. Tengo un equipo muy bueno que me respalda, hacemos muebles a medida, murales diseñados por mí, siempre con buenos acabados. Me gusta mucho porque además es un trabajo que puedo compaginar con mis hijos y mis nietos. También con estar con mi marido, porque él tiene muchos eventos sociales como consejero de Asisa y le acompaño siempre.
-Uno de sus hijos ha seguido con la tradición familiar de convertirse en médico.
-Carlos es director médico de atención primaria en Sagunto, pero es que Javier es abogado del Estado, el más joven que lo consiguió en España, y María estudió Ciencias de la Información y está muy bien profesionalmente; ella vive en Madrid.
-¿Ha sido difícil ser la mujer de un médico tan entregado como Javier?
-Salíamos juntos de casa pero nunca sabía si iba a volver con él, si iba a recibir una llamada. De hecho, su consulta acababa a las doce y media o una de la madrugada. Nunca concibió no dejar de ver a alguien si necesitaba una consulta, y aunque no me pudo echar una mano con los niños, su ejemplo me ha ayudado a educar, porque sus virtudes son tantas...
-¿Cuáles son?
-Es muy bondadoso, tiene un gran sentido del humor y nunca se enfada. Además, tenemos los mismos gustos, nos gusta mucho viajar, salir a cenar, pasar tiempo juntos...
-¿Lo elegiría de nuevo si volviera a tener quince años?
-Mil veces lo elegiría, ¡si era el más guapo de Valencia! (bromea). Y que digan lo contrario.
-¿Le resulta atractiva la idea de envejecer juntos?
-Es lo más bonito, pero también lo más preocupante, porque ya vas viendo algunas parejas que por desgracia ya no están juntos y sé que lo llevaría mal.
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