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Manuel García
Cullera
Martes, 6 de mayo 2025, 01:02
Unas vacaciones en Nueva York con toda la familia es un buen plan. Disfrutar de barrios como Manhattan y Brooklyn es una opción de lo ... más atractiva. Y así lo fue para la familia de Cullera compuesta por Elio, su esposa y sus tres hijos (de 10, 16 y 20 años de edad). Al menos hasta que llegaron al aeropuerto de Newark para iniciar el siempre triste regreso a casa. A partir de ese momento comenzó una odisea cuyas secuelas aún llevan encima. Cuatro vuelos suspendidos y seis días después, muy cansados, lo pueden contar desde su casa,
Aún hoy se siguen preguntando, medio en serio medio en broma, si todo no fue parte de una conspiración, de una gigantesca burla.
El domingo 27 de abril llegaron al aeropuerto de Newark para volver a casa. El vuelo de United Airlines estaba previsto que saliera a las siete y media de la tarde hora de Estados Unidos. Sin embargo, «y una vez ya dentro del avión, nos dijeron que no podía salir porque habían detectado que los frenos no funcionaban», explica Elio, el padre de familia. A partir de ahí comenzaron unas horas de incertidumbre porque no sabían si se podría arreglar el problema. Sin embargo, no fue posible, y unas horas después el vuelo se dio por cancelado.
«Nos dieron unos boletos para un hotel y comidas y, sin las maletas, nos volvimos unas horas al hotel», explica.
El segundo vuelo estaba previsto para el lunes a las 16.55 horas. En ese momento, España sufría las consecuencias de un inédito apagón, lo que provocó la suspensión del mismo.
A partir de ese momento comenzó una auténtica carrera de obstáculos que se topó con la falta de respuesta convincente del seguro contratado con la agencia de viajes que les vendió el mismo: «Sólo nos dijeron que lo pagáramos todo nosotros y recogiéramos todas las facturas y ya veríamos después que podrían devolvernos», explica la familia. «Nos hemos sentido desamparados y desatendidos», resume este vecino de la localidad de la Ribera Baixa.
El tercer intento de volar hacia España se produjo dos días después. Cuando parecía que todo iba bien, y de nuevo ya sentados en el avión, «nos dijeron que había que volver porque llevábamos las maletas de dos personas que no estaban en el avión». Poco después se produjo un fallo eléctrico general que dejó el interior del avión casi a oscuras: «No sabemos qué hubiera pasado si eso pasa mientras estábamos volando. A lo mejor no lo hubiéramos contado», explica. El intento de solventar el problema también fue en vano pese al cambio de nave.
La cuarta intentona se frustró porque llegó la hora máxima para que el avión saliera «por lo que nos dijeron que nos quedábamos sin piloto».
Todo esto, recuerda Elio, aderezado con continuas colas de 300 personas en cada una de las ocasiones en que los vuelos se cancelaron y debían reclamar.
A partir de este momento, la familia pensó en adquirir cinco billetes para España con otra compañía. La propuesta de llegar a Madrid vía Munich no les convenció nada, visto lo visto. Esa decisión fue su salvación. El viernes a las 17.45 horas, y desde otro aeropuerto, el JFK, y con un vuelo de Iberia, respiraron algo más tranquilos al abandonar suelo estadounidense. Llegaron a Madrid a las seis de la madrugada del sábado 3 de mayo. El coche lo tenían en la casa de un familiar en Madrid y ya emprendieron la última etapa de su accidentado viaje. Y, tras una visita rápida a la familia, llegó el momento de descansar para retomar la normalidad a partir de este lunes y también realizar las gestiones para intentar conseguir una compensación que ven justa.
En medio, y para el recuerdo, quedaron carreras por aeropuertos, enfrentamientos con personal del aeropuerto poco empático y nervios al verse en un bucle del que les costaba salir. También visitas a algún centro comercial para endulzar un poco las esperas, sobre todo pensando en los hijos de la familia.
«No queremos ninguna indemnización por daños morales ni nada parecido. No pedimos nada que no nos corresponda. Simplemente el coste de los billetes y una compensación de 600 euros por cada uno de ellos», detalla este vecino. Y eso que las consecuencias no han sido únicamente económicas: «Nosotros hemos perdido días de trabajo y mi hijo mayor no ha podido presentarse a una entrevista para un trabajo este verano», se lamenta.
Calculan que se han gastado unos 4.000 euros extras entre vuelos, hoteles y comidas con las que no contaban: «Alguien tendrá que hacerse cargo de todo esto. Además, tampoco es de recibo que niños pasen la noche en aeropuertos en medio de esta tensión. Estamos más que indignados». Además de reclamar a la agencia de viajes también pondrán el caso en manos de una organización de consumidores para que les asesoren en sus derechos.
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