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Animales sociales por naturaleza, quiere el destino que nuestros dos mayores traumas, el nacimiento y la muerte, discurran en soledad. Venimos al mundo sin saber ... por qué y del mismo modo nos marchamos de él, huérfanos del calor amigo que nos acompañe más allá del último punto, seguido o final según la creencia de cada cual. Pero no siempre ocurre así. En contadas ocasiones el «campana y se acabó» es episodio compartido, generalmente en territorio friki vedado a piececillos refinados. Pues mira por dónde yo lo chafo gustoso. Les abro un ventrículo de par en par para confesar que echo de menos a Doña Rogelia. Se marchó Mari Carmen y con ella todos sus muñecos. El león Rodolfo, el pato Nícol, y Daisy, esa niña que daba más miedo que risa, pero a quien yo añoro es a Doña Rogelia, leñe, la eterna cascarrabias nariguda y sorda -¿¡mandeee!?-, condensada en su madera y trapo la esencia humana. Es lo que tiene vivir a dúo. El día en que muera María Jesús lo hará su acordeón, y entre ellos yacerá un puñado de recuerdos que juramos no olvidar; remembranzas con olor a pueblo, colonia barata y aután, el eco de aquellas verbenas de estío, cuando las manos se tornaban bocas, el piquito has de mover, los brazos alas, y las plumas sacudir, los culos colas como de gallina clueca en busca del suelo, la colita remover... Palmas bobaliconas. Y alegría. Lo paladeé con Mari Carmen, y lo haré con María Jesús, ese regusto a fin de época que traen ahora Manolo y su bombo, pues si Hamelín tenía flautista, nosotros tamborilero. Se va el tipo de la inmensa chapela, habíamos olvidamos que aún vivía, y nos lega un silencio atronador. Doña Rogelia no envejecía porque ya nació vieja, pero al bombo de Manolo hace tiempo que se le oía cansado, a merced de un fútbol desconocido por sus aporreos. La tripa de cuero le olía a Mundial 82 y a óleo de santidad desde Maradona hasta Iniesta. A campos impracticables y espinillas en busca y captura. A gritos de tongo, primas a terceros y quinielas, el silbato como cénit tecnológico. Al cromo piloso de Theo Custers. A anuncios que hoy se estamparían en el muro de la corrección, porque el brandy Soberano ya no es cosa de hombres. A horario unificado, rueda de resultados, muditos y esquiroles. Al dorsal sin dueño, el '10' había que ganárselo. Al pitido que rasgaba el runrún de Mestalla para anunciar euforias ajenas, respiración contenida, la cabeza girasol hacia el marcador, pensamientos en viaje exprés a Las Gaunas o Atocha. Aquel bombo era radio y pinganillo. Regate imaginado antes que visto, moviola y Estudio Estadio. Y madrugada eterna, acunada por la nana de Supergarcía y su fértil bestiario, aquí un chupóptero, allí un bulto sospechoso, el perro de Pablo, Pablito, Pablete, las andanzas de Míster Rabillo o 'Pedrusquito' Roca, así hasta arribar al sueño o el polvo de estrellas de Pumares. Como el partido de las autonómicas, el bombo de Manolo hace mucho que murió, por más que ahora se certifique la defunción. A Mari Carmen, María Jesús y el hombre del mazo el futuro los mirará por encima del hombro. Allá él. Yo extraño a Doña Rogelia, los pajaritos, un enorme tambor y el extinto fútbol que lo entronizó..., y desde ayer también una voz, la de José Ángel de la Casa, sobria, de cuyo timbre imperturbable sólo escapó un gallito, ¡gol de Señor!, que ha sido prueba de vida. Entonces de la suya, hoy de la nuestra.
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